viernes, 16 de enero de 2015

[AUSTRALIA] Dia 7: King's Canyon y destino Melbourne

Había que madrugar y mucho. Nos levantamos de noche cerrada, fuimos a la recepción del King's Canyon Resort (que abre 24 horas)  y devolvimos la llave para hacer el "check out". Lo habíamos dejado todo pagado.

Llegamos al aparcamiento de King's Canyon de noche, aparcamos y nos echamos al hombro las mochilas con lo mínimo. 4 litros de agua, gorras, gafas de sol, la cámara con el 10-20 y un 70-300 por si acaso. Ni siquiera a las 5.30 de la mañana hacía el más mínimo frío, por lo que no teníamos que cargar ropa extra. Se trataba de ir ligeros de carga para poder andar a buen ritmo. Para cuando nos pusimos en marcha, aun no había salido el sol, pero había claridad suficiente para andar sin problema alguno.


El camino, empieza con una cuesta importante. En algunos puntos incluso ha tenido que convertirse en escalera de piedra, tan integrada en el entorno que no se nota. Empezamos a buen ritmo y antes llegar a lo alto de la cresta, alcanzamos a dos matrimonios franceses, pasados los 50, que se lo tomaban con más calma. La cuesta es muy pronunciada, pero, precisamente por eso, no es muy larga y una vez arriba, el camino sube algunos metros más pero muy suavemente. 


Mientras andábamos los dos solos por lo alto de la cresta, no podía dejar de imagina que Marte, no podía ser muy distinto a aquello... al menos en las zonas sin vegetación. Las formas que adopta la roca caliza, son de lo más variadas y peculiares y, para acentuar el color rojizo-anaranjado, el sol salía justo delante de nosotros, tras las paredes del cañón. Un espectáculo impresionante, la verdad.
Apenas nos detuvimos durante el trayecto para hacer algunas fotos, echar un vistazo desde alguno de los miradores y observar un pequeño lagarto que se nos cruzó en el camino. No sabíamos cuanto nos iba a llevar y no podíamos arriesgarnos a tardar más de la cuenta. Pronto llegamos a una serie de escaleras y pasarelas de madera que se meten dentro del cañón y lo cruzan. Desde estas plataformas se aprecia ya un gran cambio. La cresta apenas tiene unos matojos y unos pocos árboles retorcidos, pero el interior de la garganta rebosa vegetación.


Nada más cruzar la garganta por una pasarela de madera y pasando bajo las escaleras que suben a la cresta sur, hay un desvío hacia el Garden of Eden. Si no sabes donde está, como era nuestro caso, no es evidente, pero después de las dudas iniciales, no tiene perdida.
El desvío se adentra un poco más en la garganta y una gran parte del recorrido se hace por pasarelas de madera. Cuanto más se adentra, más vida encontramos. Solo vimos distintas especies de pájaros, pero, al parecer,  es un ecosistema bastante completo con varios tipos de reptiles, ranas autóctonas,  e incluso pequeños wallabies. Al llegar al Garden of Eden como tal, nos encontramos con un par de pozas con bastante agua y bastante vegetación, un contraste curioso teniendo en cuenta que fuera del cañón es prácticamente un desierto. Es una pena que fuésemos en una época del año tan seca, porque en época de lluvias, el Jardín del Edén tiene que ser espectacular, con el agua entrando a las pozas a través de una cascada desde la parte superior del cañón y la flora en su máximo esplendor. 


Lo mejor de todo fue que llegamos solos y pudimos estar allí los dos tranquilos, disfrutando de la paz que respiraba en un lugar tan especial, durante un buen rato. Apenas hice fotos de lo relajados que estábamos. Hasta que llegaron los franceses que habíamos adelantado, hablando a voces y acabaron con la tranquilidad. Fue el momento en que decidimos re-emprender el camino. 
El camino de vuelta fue muy distinto para nosotros, pasamos de ir solos a encontrarnos con muchos turistas que habían llegado en autocares y se dirigían al Garden of Eden, o hacían la ruta de la cresta sur. El paisaje sigue siendo impresionante, pero las sensaciones son muy distintas.


Estábamos de vuelta en el coche, incluso antes de lo que habíamos pensado. El camino circular, en realidad solo tiene 6km de longitud, las 3-4 horas de duración que indican en todos sitios son algo exageradas, a menos que vayas parando en cada mirador y cada roca que te encuentres, te lo tomes con mucha calma o seas realmente lento andando. 
El camino de vuelta a Ayers Rock por el paisaje rojo, plano y semidesértico, no se hizo especialmente largo. Los casi 350Kms, se hacen bien porque hay muy poco tráfico y las carreteras están en buen estado, y como ya conocíamos el camino, se nos hizo más corto que a la ida.


Creo que no lo he comentado antes, pero en esta parte del país, el escaso suministro de gasolina, hace que el precio se dispare y sale casi al doble más que en zonas más pobladas. Cuando fuimos nosotros, el litro costaba algo más de 2,5 dólares australianos. A pesar de esto, es interesante llenar el depósito antes de hacer un trayecto largo si no estamos seguros 100% de que nos llega con la gasolina que tenemos y sabemos exactamente donde se puede repostar. También es importante llevar agua, e hidratarse bien. Mas vale prevenir.
Después de llenar el depósito del coche de alquiler a precio de oro, devolvimos el coche y facturamos y nos montamos en el avión de vuelta a Sydney. No sin antes aprovechar el Wi-Fi gratis de los buses aparcados en la puerta del aeropuerto... si, muy triste, lo se, indigentes digitales.

Como ya habíamos pasado 2 días en Sydney, en cuanto llegamos a la terminal domestica del aeropuerto, fuimos directamente a recoger otro coche que teníamos reservado, para emprender rumbo a la costa sur.
Aquí tuvimos un pequeño despiste y nos liamos con el calendario. Inicialmente teníamos que hacer 2 noches antes de llegar a Melbourne, pero, por alguna razón, nos saltamos un día al mirar nuestros apuntes y pensamos que solo teníamos una noche para hacer el camino. Al final nos vino bien para recorrer con más calma la gran ruta oceánica, que ya os contaré, pero hizo que disfrutásemos menos de lo que nos habría gustado, del trayecto de 900 kms a Melbourne.

Cuando se hizo de noche y ya empezábamos a estar cansados (había sido un día muy largo), buscamos un pueblo grande o ciudad pequeña donde parar a dormir y cenar y acabamos en Goulburn, a unos 200kms de Sydney. Sinceramente no era especialmente bonito, y menos de noche. Nos costó 3 intentos y un par de vueltas al pueblo, pero encontramos un motel de carrera (los Motor-Inn, tan típicos aquí) con habitaciones libres por 90$ la noche y no lo pensamos mucho más, no queríamos saber nada ya del coche. 
Menudo motel. Parecía que habíamos retrocedido 40 años en el tiempo. Impresionante. No solo las cortinas, las colchas y los azulejos del baño parecían no haberse renovado jamás, lo más llamativo de todo era la mesilla de noche. En su momento debía ser el súmmum de la modernidad, con una radio despertador integrada dentro del mueble-mesilla, que, por supuesto, después de tantos años ya no funcionaba y se habían limitado a poner un despertador normal al lado. La lámpara de la mesilla también se las traía y estaba atornillada al mueble, como si alguien quisiera llevársela a casa. Nos quedamos alucinados, pero hay que reconocer que se veía todo bastante limpio y además había Wi-Fi gratis en todo el pueblo.

Esta foto es de la web del hotel, para que os hagais una idea.
Estabamos tan cansados que fuimos al restaurante italiano que había en el mismo edificio del motel, simplemente por no ir más lejos. Bueno, por eso y porque ya era un poco tarde para la cena y corriamos peligro de que nos cerrasen los restaurantes. De hecho, cuando llegamos a eso de las 8 de la tarde, el restaurante estaba casi cerrando y nos dijeron que nos atendian si no pediamos platos muy complicados.

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